En mi estreno como bloguera quiero dedicar esta primera carta a mi amiga Ella y a todas las amigas vuestras que se le parezcan.
Nosotros, y me refiero a un ciudadano medio del occidente más desarrollado, de clase media, corremos a nuestros trabajos, en nuestros estupendos coches, desde nuestras cómodas casas hipotecadas. Tenemos las preocupaciones normales de a qué gimnasio apuntarnos o que modelo de vestido compraremos para este otoño-primavera.
Quizás un poco más preocupados estos meses por esta fastidiosa crisis que nos bombardea día sí, día también. En cualquier caso vivimos con la inconsciencia nacida de la comodidad y la complacencia con el mundo que nos rodea.
Sin embargo, Ella no corre mucho últimamente. Sin llegar a los 40 años está aprendiendo cosas que nunca le enseñaron en la Universidad. Está superando un cáncer con su marido y algún que otro trastorno de salud. Sin estar hecha un carcamal y con hijos que no superan los 5 años ya sabe lo que es estar mucho tiempo entre hospitales, entre médicos…
Ella está viviendo cada instante con la misma intensidad que yo vivo todo un año, porque lo que le digan un día determinará los siguientes de su vida. Está preocupada, cuando está cerca de los suyos y cuando está lejos. En silencio siempre. Cuando está lejos porque no pase nada, cuando está cerca porque no noten el cansancio de su alma.
Si pudiera entraría en la mente de ella, para sosegarla uno poco. Le enseñaría que el pensamiento es energía, que sale de dentro hacia fuera y alcanza a los que nos rodean con su ondas. Por eso si por cada vez que ella piensa “Dios mío que no le pase nada”, pudiera contrarrestar un pensamiento positivo “Ah, seguro que él está bien”, no sólo calmaría su interior sino que le alcanzaría a él con su fuerza curativa.
De todos modos, mientras intento llegar hacia ella, desde luego ella si ha llegado hasta mí. Su vivencia de una precaria salud, sin duda demasiado temprana, y la lucha por la vida como madre y esposa me ha marcado para siempre.
Y no hablo de una reflexión superficial y pasajera, de las que duran lo que dura el pensamiento. No. Me ha enseñado que en el cambio está la evolución y que el cambio sólo es posible desde nosotros. Por muchas ellas y ellos que conozcamos si sólo pasan de puntillas ante nosotros, de poco servirá su entereza.