Me encanta este relato porque expresa en palabras cotidianas una verdad perenne: la Vida nos habla continuamente pero normalmente no escuchamos hasta que es muy tarde o el aviso es realmente grave.
La visión naturista de la salud es esta. El cuerpo siempre nos alerta con pequeños síntomas pero si los desoímos y los tapamos, el verdadero problema no atendido acaba convirtiéndose en una enfermedad. Esta es la filosofía de la enfermedad como camino.
La visión de la psicología transpersonal y teosofía también nos explica que la Vida (realmente nuestra propia Alma-Conciencia) nos manda SMSs cuando torcemos el camino. Solemos no leerlos por pereza, falta de confianza y sobre todo miedo e inercia. Y muchas veces estos mensajes se convierten en accidentes, stress o deterioro grave en nuestra salud física o emocional para que nos demos cuenta del error y lo enmendemos.
Hay miles de ejemplos de personas que gracias a una crisis fuerte en su vida, de cualquier tipo, deciden cambiar radicalmente y consiguen mayor felicidad (en el sentido de plenitud y sentido de vida) y ayudar a otras personas. Contaremos aquí muchos casos, y mientras tanto podemos reflexionar con esta historia: ¿qué preferimos susurro o ladrillazo?
El relato es tal cual lo he recibido por mail:
Un joven y exitoso ejecutivo paseaba a toda velocidad en su auto Mercedes 2007, sin ningún tipo de precaución.
De repente, sintió un estruendoso golpe en la puerta, se detuvo y, al bajarse, vio que un ladrillo le había estropeado la pintura, carrocería y vidrio de la puerta de su lujoso auto.
Se subió nuevamente, pero esta vez lleno de enojo, dio un brusco giro de 180 grados, y regresó a toda velocidad al lugar donde vio salir el ladrillo que acababa de desgraciar lo hermoso que lucía su exótico auto. Salió del auto de un brinco, y agarró por los brazos a un chiquillo, y empujándolo hacia el auto estacionado le gritó a toda voz:
«¿Qué rayos fue eso?, ¿Quién eres tu?, ¿Qué crees que haces con mi auto?». Y enfurecido, casi botando humo, continúo gritándole al chiquillo: «¡Es un auto nuevo, y ese ladrillo que lanzaste va a costarte muy caro! Por qué hiciste eso?»
«Por favor, señor, por favor. ¡Lo siento mucho! No sabía qué hacer», suplicó el chiquillo. «Le lancé el ladrillo porque nadie se detenía…» Las lágrimas bajaban por sus mejillas hasta el suelo, mientras señalaba hacia alrededor del auto estacionado. «Es mi hermano», le dijo. «Se descarriló su silla de ruedas, y se cayó al suelo…Y no puedo levantarlo».
Sollozando, el chiquillo le preguntó al ejecutivo: «Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? Está golpeado, y pesa mucho para mi sólito… Soy muy pequeño.»
Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo, el ejecutivo tragó grueso el taco que se le formó en su garganta. Indescriptiblemente emocionado por lo que acababa de pasarle, levantó al joven del suelo, lo sentó nuevamente en su silla, y sacó su pañuelo de seda para limpiar un poco las cortaduras y el sucio de sobre las heridas del hermano de aquel
chiquillo tan especial. Luego de verificar que se encontraba bien, miró al chiquillo, y este le dio las gracias con una sonrisa que no tiene posibilidad de describir nadie.
«DIOS lo bendiga, señor… y muchas gracias», le dijo.
El hombre vio como se alejaba el chiquillo empujando trabajosamente la pesada silla de ruedas de su hermano, hasta llegar a su humilde casita.
Cuentan que el ejecutivo aún no ha reparado la puerta del auto, manteniendo la hendidura que le hizo el ladrillazo, para recordarle el no ir por la vida tan distraído y tan deprisa que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que preste atención.
DIOS normalmente nos susurra en el alma y en el corazón, pero hay veces que tiene que lanzarnos un ladrillo a ver si le prestamos atención.
Tu escoges: Escuchar el susurro… o el ladrillazo.
22 mayo 2009 18:36
Es un relato maravilloso…a veces necesitamos a gritos….»»ese ladrillazo»».
29 mayo 2011 18:09
Muy inspirador este relato. Prestemos mayor atención a los susurros. Gracias por compartirlo.