Los niños y la guerra en El Imperio del Sol

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Existe un dicho que reza : «siempre que dos se pelean, hay un tercero que recibe los golpes».
Hoy leía en un artículo en RTVE que del total de muertes civiles ocasionadas por conflictos bélicos, un 30% son niños.  Estamos ya demasiado familiarizados con términos del estilo «daños colaterales», «bajas civiles», «fuego amigo»…
Todas estas palabras son casi siempre equivalentes a «muerte de personas inocentes».

Steven Spielberg rodó una recomendable película (con una preciosa banda sonora de John Williams) titulada El Imperio del Sol (Warner Bros, 1987), que aborda el tema de los niños y la guerra.
La película pone de manifiesto que si bien la muerte es una constante para ellos, también lo son las experiencias traumáticas derivadas de la separación y pérdida de sus padres, sus familiares, y del desamparo.

El filme cuenta la historia de Jim Graham, el hijo de un diplomático británico destinado en Shangai, que se separa accidentalmente de sus padres en el momento en que los tres están huyendo de la ocupación japonesa de la ciudad en 1941, quedándose sólo.

Jim no sabe sobrevivir sin sus padres. Siendo hijo de un diplomático, la vida que conoce está llena de lujos, comida, servicio y caprichos. Y aunque es despierto, astuto e inteligente, es muy ingenuo. Vuelve a su casa pero se terminan las provisiones, así que se ve obligado a buscar alimento. Acaba siendo recogido por dos norteamericanos renegados que se dedican a robar, hasta que finalmente son todos apresados y llevados a un campo de concentración.
Allí uno de los norteamericanos se erige como líder de los prisioneros de habla inglesa, utilizando a Jim cómo salvoconducto, y el niño se esfuerza por ganarse su confianza y la del oficial japonés a cargo del campo. Todo eso le ayuda a mantenerse con vida, poder comer algo y dormir en una cama.

La película retrata muy bien como el niño va quemando etapas prematuramente. Debe luchar por comer, por sobrevivir, debe negociar y hacer trapicheo para conseguir cosas, se olvida progresivamente del juego, del divertimento y de la experimentación. Se ve obligado a actuar como un adulto ya que nadie de su entorno se ocupa verdaderamente de él.

4 años después los Estados Unidos lanzan dos bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, y termina la guerra.
Jim se reencuentra con sus padres pero ya no queda nada del niño que ellos recordaban.

Esta historia pone de relieve lo que un niño siente y vive durante una guerra. No importa que sea un inglés, un palestino, un judío o un congoleño. Un niño es un niño. A menudo el tratamiento mediático que se hace del tema, enfatizando la parte emocional-azucarada del mismo, nos induce a tener sentimientos de empatía más fuertes por algunos grupos determinados.
Todos los niños sufren: sus alas son cortadas, se destroza su infancia, se trunca su correcto crecimiento y desarrollo.

Los niños sufren las guerras de un modo diferente. No pueden darse a ellos mismos los argumentos que los adultos nos sacamos de las chisteras del raciocinio y la lógica. Les cuesta entender lo que pasa. En ese intento de comprensión sumado a la experiencia que han de vivir, queman todas las etapas de su infancia convirtiéndose en una especie de no-niño no-adulto que les deja marcados de por vida.

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El futuro de los niños que han vivido una de estas guerras ‘creadas’ ya está condicionado. El trabajo que deberán hacer para superarlo les impedirá realizarse tal y como son, hacer lo que han venido a hacer.
Los mismos que inician guerras saben que el sufrimiento ocasionado por ellas aparta a las personas de determinados senderos. Eso también es un daño colateral, que no vemos tanto en las noticias, y con efecto de larga duración.

En el futuro, deberíamos tener un mundo donde los niños y jóvenes importen de verdad a los gobernantes, donde sean educados según su propósito personal y según sus aptitudes y cualidades, respetando su tiempo y su momento, educados para ser felices.

Más tarde, apartarnos para que vivan las vicisitudes que la vida les traiga. No podemos evitar el sufrimiento de nadie cuando la vida se lo trae, pero creo que es nuestra obligación poner toda aquella estructura, conocimientos, campo y oportunidades para que nuestros hijos tengan la oportunidad de aprovecharlas, si así lo consideran apropiado.

La guerra, entre muchas otras cosas, quiere que vivamos en el miedo, en la ‘anti-guerra’ en lugar de en la ‘pro-paz’, y que nos apartemos de nuestro propósito enterrándolo bajo el trauma.
Debemos trabajar conscientemente para que nuestros hijos puedan desarrollarse en el futuro y, como mínimo, tengan la oportunidad de cumplir su propósito.

Autor: Carles Pérez
Terapeuta Transpersonal, Astrólogo, Morfopsicólogo, Musicoterapeuta y Formador en Being The One
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4 Responses

  1. Can-Men

    15 enero 2009 18:27

    Esta película había pasado sin pena ni gloria por mi memoria, excepto la canción que siempre me ha acompañado.
    Me ha encantado tu reflexión.
    Yo también brindo por ese mundo.

  2. Sergio

    21 enero 2009 14:50

    Hola, me encantó tu comentario y el trayler…
    Cuanta razón tienes…que simplista y superficial es la visión de los «grandes medios de comunicación»…
    Un abrazo, buen trabajo…

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