«La Seguridad Social funciona en Barcelona. La seguridad vial funciona en Barcelona. La seguridad personal funciona en Barcelona. El aire es puro, se escucha el sonido de los pajaritos, las calles están limpias, no hay apenas tráfico rodado, las bicicletas no circulan por las aceras y todo en general es maravilloso.
¿O no?»
Gunther Embe
Unos se quejan de la contaminación acústica en las ciudades y sus consecuencias, otros de las quimeras de vida verde de los urbanitas y en este ácido artículo, Gunther Embe se queja de todo: tráfico, suciedad vial, polución, incivismo, delincuencia, … como recordatorio de los temas a tener en cuenta en el programa electoral.
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Señor Alcalde, soy un humilde votante suyo. Le envío este parte médico donde le refiero mi incidente del pasado martes a las 8.30, en la ciudad de Barcelona, y que los médicos de la Seguridad Social creen que es el causante de mi reciente aceptación de su gestión política y social.
Bien, ese martes por la mañana salí como de costumbre de mi casa, pero al poner un pie en la calle, pisé un hermoso y dorado excremento de perro. Aunque llevo años practicando caca-surf, tuve la desgracia de que mi otro pie patinara sobre un escupitajo, por lo que resbalé y caí sobre una bolsa de basura, que se pegó a mi codo gracias a un chicle de fresa.
Me situé de nuevo en posición de (re)inicio, con una gran sonrisa de aquí no ha pasado nada, pero una moto que circulaba sobre la acera persiguiendo ancianas se acercó a mí sin aparente intención de frenado, por lo que tuve que saltar dirección zanja. La zanja estaba llena de excrementos, escupitajos y bolsas de basura pegadas con chicles de fresa.
De nuevo en la acera, veinte bicicletas paranoicas rozaron todas las partes de mi organismo, incluidas esas partes que no deberían ser rozadas por veinte bicicletas, ni siquiera por una sola, oiga. Por lo que busqué rutas escondidas, caminando cerca de árboles y setos, calibrando bordillos y bordeando farolas.
Es un arte que domino, Señor Alcalde, pero no tuve en cuenta a esa mountain bike que con una de sus cabriolas me tiró a la calzada, donde fui arrollado por un Smart, cinco Clios, siete taxis (ocupados), el bus de barrio y un tranvía recién inaugurado.
Recogí mis órganos, huesos desperdigados y mochila despendolada, y al alcanzar la acera de nuevo, fui atracado por un multicultural la mar de majo, quien se llevó mi cartera, el riñón derecho y mis dos orejas. Yo, que todavía no había perdido mi sonrisa, noté una cierta zozobra de ánimo y saqué el móvil para llamar a uno de mis tres psiquiatras.
Fue una mala decisión, porque en Barcelona despegar el brazo del costado supone golpear o bien la botellita de un corredor de fondo, o bien la mejilla de un patinador, o bien las rastas de un skater.
Murmurando los mejores aforismos de Krishnamurti, se me ocurrió dar media vuelta para volver a mi hogar. ¡Dar media vuelta, así de repente!
Diez ejecutivos que al parecer iban pegados a mis nalgas me zarandearon molestos, pues mi súbita decisión parecía contradecir el sentido de su marcha, tan marcial. Me lancé dirección valla, pero no conté con el carrito de bebé ni con la mamá que (presumiblemente) va detrás empujando. Puesto que caí de morros dentro del carro y besé al niño, fui acusado de crímenes contra la humanidad ante un policía que resultó ser primo del portero de la madre que parió al niño. Y que al decir yo lo de parió me sacó la pistola asegurando que hoy tenía el día calmado y que ya podía ir dándole las gracias.
Le di las gracias, claro, y comencé a correr dirección hogar. Un semáforo averiado había formado una cola de conductores que padecían ataques convulsivos de claxonitis paroxística. La nube tóxica de los tubos de escape creció hasta nublar mi ya escaso entendimiento de la vida urbana (y de la vida en general).
El plomo, el cadmio y los nitratos consiguieron alteraciones de conciencia tipo fiestón rave de Ibiza. En esas, una nave alienígena que buscaba párking chocó contra una mani anti-taurina que llevaba toro incluido. Se ve que al toro no le iban los aliens, embistió el ufo y lo devolvió a Orión, que de allí venía, seguro.
Todo eso ocurrió, Señor Alcalde, un glorioso martes a las 8.30 de la mañana, a dos tiros de piedra de mi casa. Yo quiero agradecerle su atención al enviar a mi casa dos fornidos mozos que con amables empujones me metieron en un furgón blanco que tenía una cruz roja pintada en el capó.
La Seguridad Social funciona en Barcelona. La seguridad vial funciona en Barcelona. La seguridad personal funciona en Barcelona. El aire es puro, se escucha el sonido de los pajaritos, las calles están limpias, no hay apenas tráfico rodado, las bicicletas no circulan por las aceras y todo en general es maravilloso.
Mis médicos dicen que ahora estoy sano mentalmente, pues he comprendido que su gestión política y social es ejemplar, que ante todo valora la calidad humana, los factores medioambientales y el bienestar emocional de ese millón de ciudadanos que dependen de sus decisiones. Gracias, gracias infinitas, Señor Alcalde. Reciba un saludo de este humilde votante suyo.
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