Generalmente cuando hablamos de «duelo» nos referimos al estado psicológico que sufre una persona cuando sufre una pérdida. Dicha pérdida puede referirse a una relación, una amistad, unos ideales, una ilusión, una motivación, un ser querido…
Bien es cierto que de lo único de lo que podemos estar seguros cuando nacemos es que un día moriremos. El resto de experiencias que nos toque vivir surgirán del día a día y de nuestras propias decisiones, sumado a todo aquello que el destino nos tenga reservado y que no podemos modificar.
El duelo, como cualquier crisis, consta de diferentes fases, que desde el punto de vista de la salud psicológica conviene vivir. No se supera una pérdida si no se completa un ciclo de duelo. Es fácil decirlo, y difícil vivirlo. No obstante, la comprensión de la rueda de la vida pasa por esa experiencia.
Los músicos usan el arte como expresión de infinidad de cosas. La vida, la muerte, y el duelo aparecen: Réquiems, canciones de despedida, odas, tributos… descritos en infinidad de estilos, obras… vivir y sentir obras referentes a estados de duelo ayuda a comprender mejor su naturaleza, pues el arte nació para cumplir un propósito de transmisión.
Las fases del duelo pueden vivirse todas o sólo algunas, según cada cual, aunque en general se transita por ellas invariablemente. Existe la dificultad de quedarse estancado en una de ellas, no completando el ciclo. De ahí la dureza de la experiencia:
-Primero se vive el impacto de la pérdida: una gran angustia, pena, dolor intenso, soledad, crisis de fe, desconsuelo, cerrazón… muchos se quedan en esta fase durante largo tiempo pues se sienten traicionados, abandonados por lo que han perdido, sienten que les ha dejado tirados. La sensación de injusticia, el «porqué a mí», y la no comprensión lógica de lo sucedido son habituales, y crean muchísimo dolor.
-En cuanto se empieza a salir de esta primera fase se acostumbra a pasar por una rabia creciente contra el motivo de su pérdida: puede ser contra Dios, o contra quien o qué les ha quitado lo que tenían, contra el que se ha marchado… Al contrario de lo que se piensa, es muy importante que esta fase se viva «a tope», sin paliativos. Debemos imaginarnos la pérdida como una gran herida abierta, supurante de rencor, ira y dolor agudo, que debe drenar por completo para empezar a sanar. Es una limpieza a fondo y todo debe salir hacia afuera. Hay que escupir todos los sapos y culebras, entendiendo el momento como un drenaje y no como un estado fijo en que la persona se queda estancada, maldiciendo su suerte toda la vida y quedando en estado de amargura permanente.
-Esta fase se va sustituyendo por otra en que una paulatina comprensión de lo sucedido va tomando forma. En este momento, y dependiendo de la dimensión y características de la pérdida, ayuda mucho un acompañamiento bien sea de tipo profesional, o un apoyo de amigos y familiares, etc. Es importante ir comprendiendo la pérdida como un cambio de estado, de momento, una transformación. Si la persona consigue transmutar su sensación de «extinción» o «final» en otra de «cambio» o «principio de una nueva fase», estará en el primer paso para superarlo.
-Sólo cuando estas piezas se empiezan a colocar pueden empezar a abrirse y a entender la pérdida como un paréntesis temporal, un cambio hacia otra dirección, una experiencia que tocaba vivir… en ese momento la persona vuelve a tener un sentimiento de amor y es capaz de perdonar a la vida, al que abandona, al que se marcha, y a lo que se va. Ese perdón dota de un sentimiento de paz que permite «reiniciar» la vida y continuar el camino.
Encontraríamos miles de ejemplos en la música en los que se representa una pérdida, del tipo que sea, mediante estas fases que hemos descrito.
Fuera del alcance de la música, encontramos obras oscuras que sirvieron de consuelo y también de duelo a los propios autores, como por ejemplo «Poeta en Nueva York», de Federico García Lorca, en la que narró su vivencia en la Gran Manzana y el desasosiego que le produjo separarse de su tierra, separarse de su amor, de sus raíces y sus costumbres y vivir en la meca del capitalismo, un estilo de vida que no comprendió. Su oscuro simbolismo es todo un vaciado de emociones, dolor, rabia y desconsuelo.
Y en el mundo de la música los Réquiems son una constante. Existen en la tanto en la música pagana como en la sacra, aunque originalmente se crearon en el marco del catolicismo y se usan en las misas de ruego por las almas de los difuntos. En latín «Réquiem» significa «reposo» o «descanso».
Si bien tienen una función concreta, su uso supone una acción de duelo generalizado, el asumir colectivamente una muerte. Con ello la música expresaba de un modo inconcreto aquello que las personas eran capaces de decir o mostrar de un modo directo. Su función fue básicamente de canalizador de esas emociones, aunque a veces, ya en nuestra época, se usa como cristalizador para hacer más contundente la pena y arraigarnos más a la pérdida en lugar de dejarla marchar.
Existen multitud de Réquiems, y quizá uno de los más conocidos es la Misa de Réquiem en Re Menor, K 626, de Wolfgang Amadeus Mozart.
De la biografía de Mozart sabemos que era un hombre con intereses en lo sobrenatural. Su vinculación con la Francmasonería le dio ciertos conocimientos esotéricos que en algunos momentos de su vida acabaron obsesionándole.
Su padre y él estuvieron muy unidos, él fue su gran mentor, amigo, y consejero personal y profesional hasta que murió en 1787. Eso sumió a Mozart en una profunda depresión que fue minando su salud tanto mental como física. De hecho, nunca superó su muerte y se estancó en el dolor producido por la pérdida.
Entonces la idea morir le empezó a perseguir. Sus conocimientos, en lugar de orientarle sabiamente, le conducían a ideas extravagantes y mal ordenadas.
Cuando un enviado del conde Franz Von Walsseg, que en ese momento no quiso identificarse, se presentó en su casa para encargarle una pieza musical -dicho Réquiem- el creyó que era un enviado del destino. La esposa del conde había fallecido, y quería darle tributo con una obra magna del maestro Mozart. Como el conde era un músico medio, quería quedar en el anonimato, pagar a Mozart por su trabajo y hacer pasar la obra por suya.
En sus obsesiones, Mozart creyó que el enviado realmente venía a ordenarle que escribiera su propio Réquiem, pues creía que en realidad era él el que iba a morir. Y así sucedió, pues se fue al otro lado sin poder terminar la obra, que fue finalmente completada por uno de sus discípulos.
Si bien la historia es algo truculenta, es importante destacar que la no aceptación de la pérdida de su padre, muy dura para él, minó mucho su salud y capacidades. Por ello son tan importantes los duelos, por duros que sean, para liberar todo aquello que se siente al vivirlos y aceptar la nueva situación.
El vídeo publicado contiene La Misa de Réquiem en Re menor, parte III -Sequentia-, Lacrimosa.
Las fases del duelo que habéis leído en el post han sido redactadas con la ayuda y asesoramiento de Diana.
En El Blog Alternativo: Hablemos de la muerte
En El Blog Alternativo: Randy Pausch: una lección de vida y muerte
20 julio 2011 14:35
Gracias por el artículo.
29 julio 2014 10:46
Excelente. Como dice en una parte, se entiende perfectamente, pero del dicho al hecho hay mucho trecho. Pero desgraciadamente para algunas personas o almas las cosas no siempre van a estar a su favor, ya que «todo» les jugara en contra. Simplemente algunas almas bienen marcadas para ser «Machacadas», y aunque pidàn ayuda, clamando a los cuatro vientos, no seràn escuchadas… Y el que crea que esto es victimisarce, simplemente no a entendido nada. Gracias por el artìculo. Namaskar.