
«Este libro es una crónica en primera persona de un desahucio, el de Cristina Fallarás, periodista, escritora premiada y editora digital. Su rostro es el de los NUEVOS POBRES ESPAÑOLES: profesionales con décadas de experiencia y de vida laboral a sus espaldas, con hijos. Y hoy, sin recursos económicos, en algunos casos, para conservar ni siquiera el techo.
Fallarás narra el día a día del proceso de empobrecimiento que le ha llevado, como a cientos de miles de personas, desde el despido fruto de la crisis económica hasta la notificación de desahucio. Además, denuncia la actuación de bancos y de partidos políticos, analiza el contexto, se indigna, denuncia y dibuja un retrato ácido, lúcido y valiente de la situación actual en España»
Este libro no va de deshaucios, ni de la crisis, ni de datos, ni de causas, ni de culpas, ni de soluciones. Estas 156 páginas narran las vivencias de una ex-familia bien que empieza a caer socialmente a raíz de un despido hasta que se quedan en la puta calle.
Las televisiones nos muestran el drama y la impotencia de no poder pagar facturas, pero pocos han narrado el día a día básico y cómo cambia tu vida cuando no entran ingresos. Cristina Fallarás expone su caso con claridad y crudeza pero sin dar pena ni exigir compasión.
Y no es la deshauciada que esperamos encontrar: no la engañaron los bancos, no vivía por encima de sus posibilidades, su hipoteca no superaba el 30% de sus ingresos estables, … Simplemente la vida cambió un 17 de noviembre de 2008 cuando le despidieron como subdirectora del diario ADN estando embarazada de 8 meses, y su sueldo de más de 3.000 euros desapareció. Y con él, las cremas -buenas y malas-, el pescado, la ropa y más.
«A la puta calle» es un libro que cala, que impacta, que te toca, que te hace llorar -según cuánto empatices con la situación-, que te cabrea y que te enfrenta a tus peores demonios: ¿Y si fuese yo y mi familia?
Ya hablamos del libro (y pdf gratuito) «Vidas hipotecadas» que explica con datos este tema en España, y ahora «A la puta calle» (a la venta aquí) lo muestra desde dentro, en femenino y en carne viva…
¿Cómo se pasa de usar cremas caras a tener la cara brillante como un payaso? Así lo explica Cristina, y ojalá lo leyesen todos esos que se rasgan mucho las vestiduras por las protestas ciudadanas airadas y muy poco por la situación de «los nuevos pobres españoles»…
Yo me acuerdo de todo
Fuera solomillo, entrecot, pato, ternera, rape, gambas, merluza, pescadilla, gallo, lenguado, fruta fuera de temporada, jamón serrano, roquefort, crema hidratante, suavizante de cabello, perfume, ropa, zapatos, esmalte de uñas, cosméticos, restaurantes, coctelerías, taxis, aviones, AVE, medias, sujetadores, peluquería…
Ante el espejo del baño parezco el payaso listo. La crema se llama Mustela y llevará en casa cerca de cuatro años, desde que nació la pequeña. Desde que me dieron la patada en los riñones, o sea, desde que ruedo por la escalera de Niesen. Maldigo a quienes me mandaron #alaputacalle, sobre todo, porque no puedo desligar el nacimiento de mi hija Pepa de aquella sensación de ahogo, de vértigo, aquella forma de sentir que ya bajo mis pies no había suelo, de ser el coyote que ha dejado atrás el precipicio pero aún mueve las piernas ante la mirada más bien indiferente, bip-bip, del correcaminos.
La crema. Es uno de esos ungüentos casi sólidos que se usan para poner en el culo del bebé contra las rozaduras del pañal. No he dejado de verla desde que entró en casa, aunque no tengo claro dónde, en una cestilla que da vueltas por el dormitorio de matrimonio, en el estante del baño; forma parte del mobiliario doméstico. Mi cara blanca.
Cuando todo esto, el asunto de mi desahucio, empezó a rodar por ahí, a circular entre las mesas de los medios de comunicación, Joana Bonet, directora de la revista Marie Claíre, me pidió una crónica de mi desahucio, un artículo en primera pesona. A esas alturas, yo esa crónica ya la había escrito tres o cuatro veces para tres o cuatro medios distintos, y tenía claro que la de Marie Claire no podía tener el tono de una pieza para un diario, ni basarse en mis opiniones políticas, mis soflamas reivindicativas ni en los datos económicos en sentido estricto. En fin, sí podía, pero pensé que el tono debía ser otro; hay tantos puntos de vista desde los que encarar el tema como escalones tiene el monte Niesen. Marie Claire es una revista comprada y leída por mujeres de entre treinta y cincuenta años, urbanas, lo que llamaban profesionales de clase media, media/ alta. Eso me ofrecía una posibilidad de relato que me estaba haciendo mucha falta. El proceso de miserización de una mujer que echa de menos la crema hidratante. MISERIZADA es una palabra que me gusta para definir todo esto. Y si no existía, ya existe, ¿no la ve escrita?
Pensé: No quiero que escriba la periodista con datos, ni la madre aterrada, ni la desahuciada con soflamas, ni la denunciante violenta. Tengo una parte íntima, lejos de ésas, que sufre por el deterioro de mi aspecto, de mis hábitos, de mi salud (física y mental). Era consciente de que no podía contar todo eso en otros foros, como sé que cuando lo lean ciertos sectores me van a tachar de frívola, etcétera. No es la primera vez. Los entiendo, y sin embargo me interesa mucho toda esta parte de la historia: cómo afecta la pérdida de las cosas pequeñas, de los afeites. Lo mismo que sería muy revelador preguntarles a los matrimonios expuestos a este tipo de situaciones extremas cómo ha afectado todo a su relación de pareja, al sexo, a las caricias, a las complicidades, a la confianza en el otro.
La preocupación por la crema hidratante y la calidad de los coitos se aleja bastante del discurso de los medios de comunicación sobre la analfabeta crónica que firmó su hipoteca con el dedo, bañada en lágrimas. Pero también está a años luz de esa tendencia, flor de crisis, que llama a eliminar el consumo de todo lo que consideran innecesario, y que además te culpabiliza en el caso de que lo eches de menos. Daría una teta por una crema de día contra las arrugas, un sérum hidratante para el pelo, un tarro de suavizante bueno, una copa de champán, unos zapatos nuevos, una sesión de tinte de peluquería, un vestido de primera mano… Oh, cielos, qué imperdonable frivolidad.
Conservo el primer borrador de aquel texto que envié a Marie Claire; vale como resumen de todo esto, otro punto de vista. Y sí: mientras posaba para la sesión de fotos de Paola de Grenet, la duda de la culpa que un posado lleva consigo olisqueaba mis botas en busca de la parte blanda para hincar el
diente.En mi libreta:
En el eje está la crema hidratante. Puede parecer una tontería. Delante del espejo miro mi cara envejecida, gastada. Pienso: Son cuatro años ya. Estoy en mi Año #4. Más de dos sin dinero. El eje son los gestos cotidianos, crujen, reparten sus pliegues de miseria, y desaparecen.
Año #1 (2009): Indemnización, paro, vendrán más cosas, no nos preocupemos, hazte autónoma, te contrataremos colaboraciones, haz facturas, de esto se sale, soy una profesional… El Año #1 no existe. Me despidieron el 17 de noviembre de 2008. Era la subdirectora del diario ADN y estaba embarazada de 8 meses.
Año #2 (2010): Fuera crema hidratante cara, fuera perfume, fuera cualquier gesto cosmético por encima de los veinte euros, no llegará nada, millones de empleos destruidos, cientos de miles de desorientados, gentes y gentes a la calle. Pero aún puedo bromear. Je je, soy pionera del paro, bienvenidos, colegas d elos ERE.
Cuando compré mi piso tenía un sueldo de tres mil euros limpios al mes más colaboraciones en radio y televisión. Yo no soy la desahuciada que tu esperas encontrar. Mírame a la cara. La crema hidratante sobre mi tocador costaba ochenta euros, los frascos de perfume rondaban los cien. Hoy hace un mes acabé de rebañar el último bote de pomada de bebé que circulaba aún por el cuarto de mi hija pequeña (4). Eso también se llama desahucio, entrega Año #4. Como era crema para el culo, dejó sobre la piel una pasta de payaso listo. Y me arañé la cara. Yo me fui a la calle de una patada en el culo en 2008. En 2009 y 2010 recibieron la patada otros más de dos millones. Ellos están acabando el Año #2. El paro máximo que una persona en España puede recibir dura setecientos veinte días. Dos años. Y son tan importantes los años a la hora de describir el avance de la miseria…
Año #3 (2011): Fuera crema hidratante barata, adentro body milk. Granos. Fuera pescado bueno, fuera solomillo, la carne para los críos, fuera caprichos, fuera vicios. Fuera. Fuera las bromas: «Mamá, qué está pasando», «Llame al colegio, por favor, para comentar su deuda». Repaso
mis veinticinco personas más cercanas, sólo dos y mi cuñado conservan un sueldo.Pienso: seis libros, un cuarto de siglo de profesión periodística, carrera, universidad, congresos internacionales. Pienso y pienso y dejo de pensar, porque el batacazo en la cabeza que produce el peso de la culpa al caer consigue enmudecer mi propia imagen, congelada. En el deshielo posterior, otro litro de mí misma, de la que yo era, se colará por el desagüe de la autoestima hacia el pozo negro de lo que no se recupera.
Año #4 (2012): Ante el armario –yo soy lo que parezco, yo parezco lo que quiero mostrar— me digo: Vale, vuelvo al punk, recupero las botas militares de cuando la universidad. Agujeros, codos clareados por el uso, brillos añejos, ropa en jirones. La ropa para los críos. Un desahucio te pilla después de tanto tiempo de ir recortando que eres otra mujer, otra madre, otra persona. ¿Quién soy? El pelo y las uñas han perdido brillo, la piel se vuelve mate y debilita, he olvidado la última vez, hace años, que fui a la peluquería, si no recuerdo mal, invitada por una amiga. ¿Quiénes son los
otros? No he olvidado, en cambio, todos y cada uno de los métodos de autodestrucción que he usado en los últimos tres años. Culpa y castigo. La gama entera de tóxicos, camino del olvido. ¿Por qué ya nadie llama? Será por eso. ¿Qué significaban las palabras «contorno de ojos»?—Quedamos para ir al Premio Planeta, venga, guapa, y así te animas, que es gratis.
Me siento ante mi armario. Me siento y ahí, en el suelo, dejo que caigan las lágrimas. ¿Cómo le dices a un amigo «No voy a tu boda porque no tengo qué ponerme, porque no puedo ir así, joder»? Me repito de nuevo: Soy punk, vivan los agujeros y la ropa heredada. El Premio Planeta… Y ahí mismo, delante de mi armario sin fondo ni forma, me quedo dormida.
That’s all. Una especie de resumen, versión chica, por llamarlo de alguna manera, de la bajada de los míticos escalones del monte Niesen. Efectivamente, aquel día me unté la cara con Mustela porque tenía que ir a una reunión, necesitaba sentirme femenina, algún gesto, la hidratación. Sentía que nada quedaba ya de nada, ni socorro posible. Ante el espejo parecía una versión grotesca, más aún, del payaso listo, y tuve la sensación de haber sido muy tonta, la mujer más tonta de la tierra, y cayó sobre mi toda la culpa que había ido acumulando durante cuatro afros de caída. Sabía que estaba muy cerca la orden de desahucio, que llegó a la semana siguiente.
Pensé en que cuando una tiene hijos debe hacerse responsable de su bienestar y que yo no había cumplido con eso. Son cosas que no puedes evitar pensar. Entonces intenté quitarme la crema, esa pasta infernal de culo de bebé imposible de eliminar, y me arañé la cara y sé que quise hacerme daño.
Luego, un par de semanas después, llegó aquel tipo con el taco de folios que dicen que me van a echar de casa. Da igual lo que digan exactamente. Me van a echar porque no puedo pagarla y hay cosas que son de cajón. Ya casi nadie puede pagar casi nada.Luego pensé en las chicas, en los alrededores. Algunas chicas se han dado al ganchillo y a las agujas de tricotar. Otras a la mala cocaína, a las anfetaminas, qué antiguo, o al caballo. Los chicos han perdido algunos dientes, o todos los dientes. La dentadura es un lujo que aguanta mal las crisis. Entre todos ellos cunde cierta idea de que hay que ser pobre y ser bueno. Me admití la nostalgia de los excesos, los paseos por la ciudad en taxi, ya de madrugada, los paraísos artificiales al ritmo de un pop simplón y sin aspiraciones que abran la posibilidad de amar para siempre durante una sola noche.
Ahora cunde la idea del compromiso y también la responsabilidad, la serenidad de los ciudadanos concienciados, y claro, ahí me apunto. Pero yo me acuerdo de todo. Eso le digo a mi hermana. Le digo «¿Te acuerdas de cuando íbamos a peluquerías buenas y nos hacían de todo y salíamos guapísimas? Pues yo sí, sí que me acuerdo». Le digo «¿Te acuerdas de cuando nos gastábamos sesenta euros en un jersey, ciento cincuenta en un vestidazo? ¿Te acuerdas, hermanita? Porque yo sí, yo me acuerdo de todo». Eso le digo, y luego a veces pienso: Puto compromiso, y echo mucho de menos el rock and roll. Así son las cosas. Yo no quiero ser buena.
Ser buena es una idea que me repugna. ¿Te acuerdas de cuando cogía el coche y enfilaba hacia el sur, días y días en ruta? ¿Te acuerdas siquiera de lo que es conducir un coche? Yo sí, de todo me acuerdo: de cines, conciertos, viajes con parada en pensiones portuguesas y hoteles de carretera, de noches y días de rock and roll, botellas de ginebra, seis libros a la semana, tampoco es pedir tanto. O sí, o ya sí.
Eran nuestras posibilidades.
Ahora lo que me gustaría es hablar de sexo, drogas y rock and roll, usted ya me entiende, pero las chicas se han dado a las agujas, a las unas o a las otras, los chicos han perdido los dientes y, aquí, en el suelo, bajo los 11.674 peldaños del monte Niesen, parece que se lleva sentirse culpable por vivir.
(…)
Cuando escribí este texto, mi presupuesto mensual para comida seguía siendo de cero euros.
Sitio oficial: Facebook de Cristina Fallarás
VENTA ONLINE de «A la puta calle« impreso o e-book
18 abril 2013 17:25
Ya sabía de Cristina sus desventuras y su libro, estoy esperando a cobrar mi pensión para poder comprarlo y devorarlo con ansia, cada vez me parece más indispensable su lectura y este artículo, tan franco y claro, espolea aún más esa necesidad de leerlo de cabo a rabo para comparar experiencias. Yo partí de una posición muy diferente, soy pensionista, pero la enfermedad más la actual situación me han llevado a pasar por cosas que me hacen identificarme tanto con ella y su lucha que no puedo más que agradecer que sus compañeros den a conocer de esta manera la publicación de su último libro por ahora. ¡Ah! Yo también me acuerdo.
18 abril 2013 17:40
Partiendo de sitios tan diferentes como todos los sitios (menos el de «ellos») estamos todos llegando al mismo punto.
Gracias, Trinidad
19 abril 2013 18:08
Me siento muy identificado con la escritora, tengo 52 años y todavía estoy en el año 1 de paro, mujer y 3 hijos a cargo.
No se si voy a poder comprar el libro, pero la descripción de los relatos del libro estremecen.
Con el sistema de cobertura que tenemos, 24 meses paro y máxima prestación de 1250 Euros aprox., y la situación económica actual es imposible levantar cabeza a nivel personal.
Despues de 35 años de trabajo ininterrumpidos, con tan solo 5 días de baja laboral, creo que hemos contribuido de manera importante al bienestar de este pais, pagando religiosamente todos nuestros impuestos. Y estoy hablando de cotizaciones mensuales de 2.000,- Eur. por IRPF + 1.000,- Eur. de Seguridad Social. teniendo en cuenta que llevo cotizando durante 25 años a la S.S. en el nivel máximo.
Y estos datos corresponden unicamente a los impuestos y pagos directos, de IRPF y Seguridad Social.
Si además les añades IVA, IBI, ITP (Compra vivienda), etc.,
Te preguntas cuando empiezas a sumar, es posible?
Por lo que la indignación va subiendo de manera exponencial
Y más cuando el único retorno que voy a tener es 1250 x 24 meses = 30.000,- Eur.
Tampoco hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y tengo 2 coches que tienen 19 y 20 años respectivamente.
Por lo tanto que se dejen de menos amnistías, de pensiones vitalicias, inversiones ruinosas, menos ayudar a bancos y se pongan a trabajar en serio todo el mundo, sobre todo los que cobran de la administración, para asignar los recursos donde verdaderamente hace falta, es decir, retorno a los cuidadanos, porque si no, nos tocara mover ficha al estilo Revolución Francesa.
De todas formas considero que el principal problema que tenemos en España, son los jueces y la justicia, si hicieran su trabajo en tiempo y forma, porque no quiero entrar en descalificativos, que se los merecen todos, los administradores de nuestros impuestos no se atreverían a despilfarrar, ni a hacer todo el malgasto realizado. Porque lo que han vivido por encima solo han sido ellos y al resto de ciudadanos a lo único que nos han metido es en una gran estafa, porque hasta la vivienda que de momento estoy pagando, dicen que vale menos de lo que debo y cuando la compré me la tasaron en el doble del valor actual. Y nadie tiene ninguna responsabilidad, increible.