«Mientras haya tempero», recorriendo todo un año en el campo de la mano de Juan Pablo Ruiz

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Mientras haya tempero - "Mientras haya tempero", recorriendo todo un año en el campo de la mano de Juan Pablo Ruiz

Nosotros decidimos hace ya más de 10 años dejar la ciudad para irnos a vivir a un pequeño pueblo. Esto es una idea que muchas personas tienen en mente y que pocos llevan a la práctica. Y para ayudarnos a tomar la decisión es importante conocer a fondo el medio rural: probando un tiempo, informándonos…

Juan Pablo Ruiz del Campo nos acerca al mundo rural a través de su novela «Mientras haya tempero«. En ella Martín se ve obligado a dejar el trabajo, que tanto le estresaba, en una gran ciudad y decide pasar un tiempo con su abuelo en un pequeño puebo riojano.

En «Mientras haya tempero» se recorre la vida de un pueblo durante un año. Es necesario recorrer las 4 estaciones para comprender la vida de un entorno rural. Desde los calores del verano a la nieve, desde la siembra hasta la cosecha…

«Mientras haya tempero» nos sirve de excusa para charlar con Juan Pablo del mundo rural y de lo que significa vivir en el campo.

Hola Juan Pablo, en «Mientras haya tempero» repasas las labores agrícolas de todo un año en un pequeño pueblo…¿por qué elegiste este formato?

Todo comenzó recopilando recuerdos de la vida en el pueblo con mis abuelos en un blog: 12celemines.com. En esos recuerdos estaban muy presentes la agricultura y la ganadería que practicaban mis antepasados. Así que el campo siempre ha estado ligado a mi familia.

Y, precisamente esa vida del campo es totalmente cíclica. Todos los años se podan las viñas, se labran, se vendimia, se recogen las olivas y los almendros y se realizan las mismas labores prácticamente en la misma época. Lo mismo ocurre con la ganadería extensiva. Todo es cíclico.

Empezó como un relato, que terminó alargándose. Decidí recuperar esas vivencias y recuerdos, separándolos por estaciones. Además, quería que la novela estuviese ambientada en un pequeño pueblo, Santa Lucía, en el Valle de Ocón, en La Rioja, donde el protagonista, urbanita empedernido, pudiera reencontrarse con sus raíces en cierta soledad. Además es un homenaje a mis abuelos que me enseñaron el camino.

¿Crees que las generaciones antiguas siempre representan lo viejo y los pueblos y, las nuevas generaciones están más ligadas a lo moderno y a la ciudad?

Yo creo que es una representación errónea. Siempre nos han vendido una imagen de un abuelo sentado en un poyete con el bastón y la boina para representar la vida en un pueblo y jóvenes modernos y sofisticados para representar las ciudades. Sin embargo, la realidad muchas veces es otra.

Los niños en los pueblos, gracias a las tecnologías ( o quizás a pesar de ellas) tienen las mismas inquietudes que los de las ciudades. Y por otro lado, gente que vive en las ciudades disfruta del ocio en los pueblos como si fuera algo casi exótico ir a ver nacer un cordero. De ahí el auge del turismo rural y los hoteles con encanto. Si hasta se paga por pasar un día vendimiando…

¿Crees que es posible vivir feliz en un pueblo en el siglo XXI?

Por supuesto. Quizás en las ciudades podamos encontrar muchos servicios pero, generalmente, las personas terminan ocupando su tiempo de ocio en realizar recados, que suelen implicar compras, para luego volver a casa a descansar.

En los pueblos, la rutina es similar, pero cambian ese ocio por el que se paga y se cambia por ocio creativo y paseos por la naturaleza, por actividades de autoabastecimiento. Suelo decir, que si la pasada crisis hubiéramos tenido más gallineros y menos televisiones de 50 pulgadas, la hubiéramos afrontado de otra manera. 

¿Notas mucha diferencia en la vida de los pueblos hace 50 años y ahora? 

Sin duda alguna. No hay más que ver las fotos en blanco y negro. Hace cincuenta años, estábamos inmersos en aquel éxodo a las ciudades para encontrar una vida supuestamente mejor. La mecanización de las tareas agrícolas, hacía que la mano de obra abandonase el campo.

Hoy en día, la tecnificación todavía es mayor, pero también lo son las oportunidades de formación que hace cincuenta años no tuvieron nuestros padres.

Además, gracias a las nuevas tecnologías, tenemos acceso al mismo contenido tanto la gente de la ciudad como la de los pueblos. Además hay que reconocer que los Ayuntamientos han conseguido mejorar los servicios, y en muchas ocasiones, retener el nuevo éxodo. Pero todavía hay mucho por hacer. 

¿Es obligatorio vivir en la ciudad o te puedes «montar» tu vida en un pueblo? 

Claro que puedes montar tu vida en el pueblo. Hoy en día hay muchos ejemplos, como los que proponéis en el libro Bienvenid@ al campo. En mi entorno hay muchos casos.

Lo importante es tener infraestructuras, internet etc. Hay que luchar por eso. Hay gente que disfruta viajando y trabaja desde lugares remotos. ¡Cómo no vas a poder vivir en tu pueblo y dedicarte a tu oficio! Puede ser en sectores tradicionales o en nuevos. Incluso hacer que sea el pueblo el que evolucione hacia otra forma de vida.

¿Cuántos pueblos aprovechan sus recursos o su patrimonio y los que hace años se dedicaban a cultivar, hoy tiene una tienda de souvernirs o un hotel rural?

¿Cómo ves el futuro del medio rural?

Yo soy muy pesimista respecto al futuro a corto plazo. Son pocos los que deciden regresar, y, en muchas ocasiones, les resulta muy difícil. Y eso que en los últimos tiempos, el discurso de la España vacía está sobre la mesa.

Sin embargo, a largo plazo, con la crisis energética que nos espera, vivir en un pueblo creo que puede ser la única salida para aliviarla. No podemos seguir creciendo indefinidamente en un mundo en el que los recursos son limitados.

En la ciudad, terminarán sufriéndola en mayor medida. En los pueblos, todavía mantienen cierto equilibrio con la naturaleza. Todavía conservan el conocimiento de cómo abastacernos de lo necesario. De cómo dejar de generar residuos. Sin embargo, el periodo de transición va a ser duro.

Muchas gracias Juan Pablo por acercarnos al campo.

«Mientras haya tempero» se puede encontrar en Amazon Kindle y la versión impresa en las librerías Santos Ochoa, Cerezo y Castroviejo de Logroño.

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