Boris Cyrulnik es psicólogo y autor de obras como «Los patitos feos», «El murmullo de los fantasmas» o «El amor que nos cura.
En esta entrevista, publicada en la extinta revista «Unica», nos habla de «resiliencia», una capacidad autoterapéutica que ayuda a superar heridas emocionales del pasado.
En Los patitos feos Boris Cyrulnik nos introducía en un concepto nuevo: «la resiliencia«, esa capacidad para sanar la propia vida a pesar de haber sufrido traumas en la infancia. Es una capacidad que descubrió en él mismo, ya que siendo niño sufrió el internamiento y la muerte de sus padres en un campo de concentración nazi. Su último libro, El amor que nos cura, es un canto al amor adulto.
¿Puede el amor curamos de las carencias afectivas que hemos sufrido cuando éramos niños?
Mi respuesta es claramente afirmativa. Cuando en la infancia nuestro vínculo afectivo es carencial, ambivalente, desorganizado, es difícil luego para el adolescente socializar, porque tiene miedo de las chicas, de la aventura… Y el miedo le impide comportarse con naturalidad.
Hicimos un seguimiento de cien jóvenes que sufrieron carencias afectivas en su infancia. El 40% adquirió un apego seguro tras su primera experiencia amorosa, lo que le hizo capaz de amar, hablar, compartir un proyecto y sentirse seguro con su pareja o amigos, o sea, que había mejorado su tipo de vínculo afectivo.
Pero el 25% fracasó tras el primer amor. Eran personas que creían no merecer ser amadas, que «Aunque fulanita acepte estar conmigo, me abandonará y acabaré sufriendo el desamor que quiero evitar», o bien: «Por no perderla haré todo lo que ella quiera», hasta el punto de anular su personalidad. En esos casos la experiencia supuso un trauma y afianzó su miedo al amor.
En su libro explica que el amor entre dos personas «sanas» (o que tuvieron vínculos seguros durante la infancia) es un amor «ligero». ¿Podría explicar mejor esta idea?
Es la circunstancia de estar marcado a nivel inconsciente por la huella de un vínculo seguro, por una infancia en la que mi madre fue feliz, en la que tenía un padre que hacía feliz a mi madre y en la que la cultura en la que vivía respetaba a mi madre. Cada palabra, cada gesto en mi cotidianeidad me transmitía la sensación de que la vida era fácil y de que el amor era fácil de vivir.
Entonces, cuando llego a la edad del despertar sexual no tengo miedo de este deseo, observo con interés el cambio que se produce en mí. Las chicas cambian y me parece un misterio muy interesante, me siento atraído por las mujeres pero no les temo, confío en que seré capaz de establecer un contacto con ellas, puesto que sé hablar, expresarme, hacerles reír, etc. Y mis expectativas están puestas en que ellas me van a aceptar.
¿Pero qué quiere decir «ligero»?
Cuando he tenido un vínculo seguro, pienso: «Yo tengo una personalidad, mi pareja tiene otra. A veces me sorprende, otras me fascina, otras me irrita, pero es su personalidad. No necesito tenerla presa porque tengo confianza en mí y en ella, aunque sé y acepto que ella puede conocer a otra persona y decidir rehacer su vida».
En cambio, si estoy ansioso, mi apego es como una cárcel. Estoy enamorado de mi pareja y la necesito siempre cerca de mí, soy posesivo, celoso y solo me siento equilibrado si la tengo a mi lado.
¿El amor nos abre la puerta a la «resiliencia», es decir, a la curación de nuestras carencias afectivas?
No tengo posibilidad de llegar a ser «resiliente» si no soy amado por alguien. Si estoy solo, a raíz de un apego de infancia inseguro, tengo miedo de todo. Para descubrir el mundo, las cosas, a otra persona, otra mentalidad, necesito sentirme seguro. Si no, percibiré al otro como un agresor, le tendré miedo y segregaré demasiadas hormonas de estrés; incluso mi cerebro quedará afectado.
Pero si me siento seguro, gracias a una figura que me ha provisto de un vínculo seguro, principalmente mi madre, pero también puede ser mi pareja o incluso una institución, mi país o la ciudad en la que me desenvuelvo como en casa, hago que mis células cerebrales se desarrollen otra vez en una dirección favorable. Eso se llama «resiliencia» neuronal. Pero necesito a alguien para llegar a ser «resiliente».
Cuando dos personas con carencias afectivas se convierten en padres, puede ser que hagan sufrir a sus hijos los mismos maltratos o abandonos que sufrieron ellos. Pero también puede ocurrir todo lo contrario, ¿no es así?
Absolutamente. Hace dos años hicimos un estudio sobre mujeres de las que su padre había abusado en la infancia. Quince años más tarde llegaron a ser madres y les pedimos permiso para observarlas con sus hijos. Todas esas madres jóvenes tenían miedo de sus hijos, no se atrevían a cogerlos en brazos, a brindarles los cuidados que necesitaban. Les tenían miedo porque no tenían la suficiente confianza en hacerlo bien.
En la relación de la madre con su bebé hay enormes emociones y las que ellas sentían venían condicionadas por el recuerdo de sus padres: «Mi padre me violó de pequeña; esta niña acaba de llegar al mundo y quizás ella también va a sufrir lo mismo». En definitiva, sentían miedo de sus propias emociones.
Pero si alguien (un educador, su marido, un amigo, un psicoterapeuta, o una institución) juega el papel de base sólida para ella, se sentirá segura y empezará a disfrutar de su bebé, y se sentirá feliz cuidándolo. Si una niña violada o un niño maltratado son dejados de la mano de Dios pueden reproducir con sus hijos lo que ellos sufrieron, porque tienen miedo; pero si están arropados por alguien que les apoya, estarán a salvo y no repetirán el abandono o maltrato que sufrieron.
Sean cuales sean los daños que sufrimos de niños, ¿siempre existe la posibilidad de «resiliencia»?
No siempre, desgraciadamente, pero más a menudo de lo que creíamos antes. La «resiliencia» nos hace capaces de entender qué es lo que nos sucedió y lo que la cultura y el trauma hizo de nosotros, e imprime otra dirección en el desarrollo, aun recordando lo ocurrido. Pero a veces la carencia afectiva y el trauma familiar fue demasiado largo, el cerebro está demasiado alterado, y la «resiliencia» ya no es posible.