Todo comenzó en 1940 cuando Eugeniusz Lazowski, un joven doctor recién licenciado en Viena, se mudó a la pequeña población de Rozwadow. Casado y sin hijos, asistía impotente a la brutalidad nazi que entonces se hacía notar con toda su crueldad.
La guerra necesitaba alimentarse y los alemanes lo hacían sin escrúpulos: su sistema se basaba en redadas indiscriminadas realizadas de noche y sin ningún miramiento. La población polaca era diezmada por la disciplina inhumana, las enfermedades y los bombardeos aliados.
En este ambiente asfixiante, había algo que aterrorizaba a los nazis, y era… el tifus.
Su capacidad para diezmar a la población era muy temida por el alto mando alemán, que logró erradicar prácticamente la enfermedad de suelo patrio… pero a un alto coste.
La población alemana no tenía anticuerpos para la enfermedad y por lo tanto era muy sensible a un contagio. Así pues, los médicos de los países ocupados eran muy presionados para mantener bajo control los brotes de tifus y comunicarlos para un eventual aislamiento de la población afectada.
Lo cual significaba que si tenías el tifus no corrías el riesgo de que los alemanes te secuestraran para trabajar en su maquinaria bélica. De hecho, tendrías prohibida la entrada a Alemania. Y de esto se aprovecharon los doctores Lazowsky y Matulewiz.
Matulewiz ideó una forma ingeniosa de inocular células muertas del tifus en un paciente sano y que, al hacer el análisis, diera positivo en la enfermedad. Compartió su descubrimiento con Lazowsky y se dedicaron a crear una “epidemia” de falso tifus en Rozwadow y alrededores.
Obviamente, los mandos alemanes no eran tontos, y había que tomar las máximas precauciones: en invierno, cuando la gente vivía más en casa y había más posibilidades de contagio real, mandaron más casos positivos: en verano, por consiguiente, se aliviaba la “epidemia”.
Los alemanes eludían cuidadosamente las zonas infectadas, con lo cual el objetivo se cumplía. Unas 8.000 personas se salvaron de la muerte o de la tortura gracias a los dos doctores polacos que mantuvieron el secreto hasta con sus esposas: de hecho, Lazowsky llevaba una cápsula de cianuro por si le detenían.
El peor momento lo pasaron en 1944: un comité medico, extrañado del alto nivel de “curaciones”, les citó en un pueblo cercano. Pero Lazowsky volvió a engañar a sus colegas alemanes: les dijo que los “infectados” estaban llenos de piojos y muy sucios, y eso hizo que los doctores tomaran las pruebas nerviosos y con prisa, sin reconocerles físicamente. Ello evitó que se dieran cuenta de que no tenían las típicas erupciones y manchas rojas del tifus.
Cuando acabó la guerra, Lazowsky se hizo pediatra en EEUU, y Matulewiz acabó en Zaire, donde se convirtió en radiólogo. No retomaron el contacto hasta mucho más tarde, cuando en 1977 contaron el engaño en la revista mensual de la Sociedad Estadounidense de Microbiología.
El ejemplo de Lazowsky y Matulewiz nos recuerda que hubo muchas personas que ante la barbarie y el horror se rebelaron ante ésa realidad y lucharon para cambiarla y mejorar la vida de sus semejantes.
“No soy ningún héroe, las circunstancias me obligaron a improvisar”
Las palabras de Lazowsky son las de un verdadero guerrero de la luz.
JUAN
17 junio 2009 12:20
Muy bueno!!! Chapó! ¿De dónde sacas estas informaciones tan buenas que cuelgas?
17 junio 2009 12:54
mi fuente es una persona maravillosa que se llama can men, no se si te suena…
El ejemplo de gente como los doctores polacos que desafiaron nada menos que al nazismo y su regimen de terror debería hacernos reflexionar sobre la luz que llevamos dentro. Gracias.
17 junio 2009 12:57
Gracias Juan pero la fuente original en este caso es el blog KURIOSO que es realmente bueno y tiene muchas historias inspiradoras.
26 agosto 2011 14:05
EL HOMBRE QUE HUMILLÓ A HITLER
Una nueva serie de televisión en la BBC narra la historia de un abogado judío que se enfrentó a Hitler hace unos 80 años, ganándose así el odio eterno del dictador.
http://www.enpositivo.com/hans-ltten-el-joven-que-engano-a-hitler