«La luz de las velas regenera el alma de la ciudad». Entrevista a Muma, artista plástico que fomenta esculturas sociales

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Una escultura social es una instalación pública,
callejera, con la participación de la gente.
Es una obra que implica a la ciudadanía y que crea red social.
¡Como sucedió desde siempre con el fuego!
Muma

Luz, color y humanidad es lo que se respira en cada una de las obras vivas de este artista tan heterodoxo. Josep Maria Soler i Casas, Muma, es un catalán residente en Suiza que aboga por una función social del arte y que junto con miles de voluntarios siembra de velas las calles de distintas ciudades de noche para, entre todos, sentir la magia del fuego y la unión de las personas como hace millones de años ante las hogueras prehistóricas.

En esta entrevista en La Contra de La Vanguardia podemos descubrir a un artista íntegro con una vocación descubierta tras miles de km en bicicleta por el mundo y una crisis existencial y que, más allá del dinero, ofrece altruistamente su saber y su trabajo a favor de la colectividad.

Es un placer contemplar las fotos de las ciudades decoradas con miles de velas e imaginar cómo esa belleza une a las personas y aumenta la vibración del lugar como una meditación colectiva.

Pocas cosas hay tan sublimes como el Arte a servicio de la Conciencia

Esta es la entrevista y abajo un vídeo con el making-off de una de sus obras nocturnas:

Tengo 52 años. Nací en Barcelona y vivo en Lausana (Suiza). Soy pintor y escultor, y promotor de esculturas sociales. Estoy casado y tengo una hija, Laia (12). Mi política es la de fomentar contrapesos civiles a los poderes establecidos. No tengo la suerte de creer en Dios.

¿En qué consiste su arte?
Pinto en todos los formatos y soportes obras que vendo a coleccionistas. Y hago escultura social, por amor al arte.

¿Qué es escultura social?
Una instalación pública, callejera, con la participación de la gente. Es una obra que implica a la ciudadanía y que crea red social. ¡Como sucedió desde siempre con el fuego!

¿Qué tiene que ver el fuego?
Desde la más remota prehistoria el fuego propicia relaciones interpersonales, crea grupo: ¡una fogata precisa de una estrategia colectiva para mantenerse viva! Fomenta una comunicación generadora de comunidad y territorio: comunicación radial la llama el paleoantropólogo Eudald Carbonell.

¿Sus esculturas sociales operan como lo hacen las fogatas?
También alientan la participación de la colectividad y refuerzan el vínculo de la gente con su territorio. Y también empleo fuego.

¿Fuego en la calle? ¿Dónde?
He utilizado luz de llamas en varios lugares, Suiza, Francia… Y el próximo 26 de abril será en el barrio barcelonés de la Ribera: en varias calles arderán 119.000 velas que perfilarán un ondulado diseño a modo de oleaje marino: Encenguem la mar se llama la obra.

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¡Casi 120.000 velas son muchas velas!
El efecto será hermoso: al anochecer reemplazaremos el habitual alumbrado eléctrico que cae de arriba por la luz íntima de miles de velitas fluyendo desde el suelo.

¿Y cómo se encienden tantas velas?
Serán necesarios 1.170 voluntarios. Hemos convocado a todas las asociaciones del barrio, más otras entidades cívicas de Barcelona. Ya está apuntada la mitad de las personas que necesitaremos.

¿Por qué las calles de ese barrio?
La Ribera es el barrio marino de la Barcelona antigua, la ciudad civilizadora que acuñó el primer derecho marítimo internacional, y el mar simboliza apertura y contacto con la alteridad: eso queremos valorizar. Y, además, yo me crié en esas calles.

¿De dónde nace este ideario artístico?
Yo llegué a mi arte por un largo camino… literalmente: una mañana me asomé al portal de casa con una bicicleta, arranqué a pedalear y no paré hasta la India.

¿Por qué hizo eso?
De jovencito yo tocaba el saxo y el clarinete en una orquesta, de aquí para allá. Y un día de 1984 supe que mi arte tocaba techo, que jamás sería un músico aceptable. Y encaré mi crisis existencial a lo grande: rompería con todo y me iría lejos, me iría a la India.

¿Y por qué en bicicleta?
Para desplazarme por mis medios, pero sin cargar mochila. Me entrené con la bicicleta dos meses, y adiós: Francia, Italia, Croacia, Macedonia, Grecia, Turquía, Irán, Pakistán, India… hasta Katmandú, en Nepal.

¿Qué aprendió en ese viaje?
A relativizarlo todo. Y en Nepal asistí al Festival Diwali, donde apagan luces eléctricas y prenden velas… ¡Me asombró cómo cambiaba la atmósfera, cómo esas llamas cebaban la relación entre las personas! Esa vivencia, amalgamada con otras de mi infancia, forjó mi concepción de escultura social.

¿A qué otras vivencias se refiere?
A mis 14 años, volviendo del colegio a casa, presencié la manifestación de curas contra la policía franquista, y vi una escena que no olvidaré: un gris aporreaba salvajemente a un cura anciano y muy miope que, agachado, buscaba sus gafas caídas por el suelo.

Las movilizaciones de la Caputxinada…
Ese día aprendí que todo poder precisa de un contrapoder cívico, que la dignidad civil pasa por manifestarse contra las inevitables tentaciones abusivas del poder. Y a mí me parece que las esculturas sociales tonifican ese músculo cívico, nutren a la ciudadanía.

A encender velas toca.
Lo hemos hecho en Vallauris, en Niza, en Assens, en un lago helado de las montañas suizas… Y lo hicimos en Girona hace seis años, con éxito popular. Y en Lausana, donde quisimos encender 127.000 lamparillas, una por habitante, que al final quedaron en 119.000, las mismas que dentro de dos domingos encenderemos en Barcelona.

¿Cuánta superficie supone eso?
Un kilómetro lineal, distribuido entre varias calles en torno al paseo del Born y Santa Maria del Mar. La gente del barrio aplaude que sea una actividad no ruidosa en calles siempre tan agitadas. Silencio a la luz de velas: esto regenera el alma de la ciudad.

Y ya tiene hecho el cálculo de cuántas velas le toca encender cada voluntario…
Una persona bien adiestrada puede llegar a encender un centenar de lamparillas en una hora. Alguien ya muy entrenado, como yo mismo, puede llegar a encender hasta doscientas velitas.

¿Hay trucos para hacerlo de modo más eficiente?
Lo mejor es encender cada velita inclinándola sobre otra llama, y que mientras una persona enciende las velas, otra persona vaya colocándolas cada una en su lugar. Yo he diseñado los patrones de las plantillas con las que la gente habrá marcado en el suelo las formas curvas que deberemos rellenar de luminarias.

¿Y no quedarán al final las calzadas enguarradas de cera?
No, porque las velitas -de una cerería local, del barrio- van en unos recipientes. Y cuando todo acabe, a medianoche, lo recogeremos todo y no quedará ni rastro. Habrá sido un sereno sueño de luz.

Vía: La Contra de La Vanguardia edición impresa 14 abril 2009
Sitio oficial: Muma

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2 Responses

  1. superpoblacion

    19 mayo 2012 11:04

    Las ciudades no tienen alma.

    Los bosques que arrasaron las tenian.

    Y no se siembran velas.

    Se siembran plantas.

    La superpoblacion humana es un genocidio de la creacion de Dios en el planeta.

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