“Un hombre llamó a la puerta del rey y le dijo, Dame un barco. La casa del rey tenía muchas más puertas, pero aquélla era la de las peticiones. Como el rey se pasaba todo el tiempo sentado ante la puerta de los obsequios (entiéndase, los obsequios que le entregaban a él), cada vez que oía que alguien llamaba a la puerta de las peticiones se hacía el desentendido, y sólo cuando el continuo repiquetear de la aldaba de bronce subía a un tono, más que notorio, escandaloso, impidiendo el sosiego de los vecinos (las personas comenzaban a murmurar, Qué rey tenemos, que no atiende), daba orden al primer secretario para que fuera a ver lo que quería el impetrante, que no había manera de que se callara.
Entonces, el primer secretario llamaba al segundo secretario, éste llamaba al tercero, que mandaba al primer ayudante, que a su vez mandaba al segundo, y así hasta llegar a la mujer de la limpieza que, no teniendo en quién mandar, entreabría la puerta de las peticiones y preguntaba por el resquicio, Y tú qué quieres. El suplicante decía a lo que venía, o sea, pedía lo que tenía que pedir, después se instalaba en un canto de la puerta, a la espera de que el requerimiento hiciese, de uno en uno, el camino contrario, hasta llegar al rey.
Ocupado como siempre estaba con los obsequios, el rey demoraba la respuesta, y ya no era pequeña señal de atención al bienestar y felicidad del pueblo cuando pedía un informe fundamentado por escrito al primer secretario que, excusado será decirlo, pasaba el encargo al segundo secretario, éste al tercero, sucesivamente, hasta llegar otra vez a la mujer de la limpieza, que opinaba sí o no de acuerdo con el humor con que se hubiera levantado…”
El cuento de la isla desconocida de José Saramago
En una ocasión me dieron un curso para aprender a escribir. En inglés, la verdad. No es que aprendiera a escribir demasiado bien en inglés que, al ser idioma extranjero, siempre requiere un esfuerzo ímprobo hacer a la perfección; pero sí mejoró mucho mi manera de escribir en español.
Paradojas de la vida. Lo que sin duda recuerdo de ese curso era la importancia que daban a escribir frases cortas. Desde luego no habían leído a José Saramago y mucho menos aspiraban a premio nobel de literatura.
No busco hacer una crítica de su cuento de la isla desconocida, ni de su obra, en este post, entre otras cosas porque yo no tengo categoría para hacer tal cosa pero, mientras llego al punto, no podía pasar por alto el estilo en que está escrito el cuento y la genialidad de ritmo que nos marca Saramago jugando con las frases largas larguísimas a base de comas, bruscamente intercaladas entre frases cortas cortísimas.
José Saramago preparó este relato como encargo para la exposición de Lisboa de 1997. Y recomiendo su lectura a quien aún no lo haya hecho. Como ya comentaba en el post sobre los fotomontajes de Erik Johansson, aquí tenemos otra muestra del arte como conquista de la grandeza espiritual, en un estilo bien diferente, claro.
Saramago nos relata un cuento que también nos lleva a nuestro interior. Yo he descubierto en él la descripción de un viaje a lo desconocido. Un viaje a donde nadie quiere ir. Un viaje que requiere un despliegue de buenas virtudes. Un viaje de aventura incomparable, sin apenas moverse del sitio.
El personaje principal se presenta ante el rey y, gracias a su determinación, consigue que éste le reciba, cosa que no hacía con nadie. Le pide un barco para ir a la isla desconocida y, gracias a su sentido del propósito, logra que el rey se lo dé.
Ya con el barco en su poder, no consigue tripulación alguna para que le guíen al encuentro de «lo imposible» que, gracias a la confianza en sí mismo, alcanza, no por pensar, sino por soñar y por sentir. En el camino, en su propio camino, se cruza con el amor, madre y padre de todas las demás virtudes.
Sin moverme, sin ir a ningún sitio, vuelvo de nuevo a mi interior y miro y me pregunto, ¿tendré yo todas esas virtudes?; ¿y el valor para llegar a alcanzar mi sueño navegando entre la incertidumbre para alcanzar lo desconocido? Espero que sí, sobre todo si lo que encuentro por el camino es recompensa tan grande como encontrarme a mi misma y el amor que me acompañará siempre.
Desde el amor y desde todas las virtudes es desde donde, también, hay que contemplar el arte, como una buen forma, creo yo, de elevar el espíritu a las alturas de las grandes creaciones artísticas. Cultivar nuestra conciencia, no dejar que nos la arrebaten, supone incorporar el arte a nuestra propia vida, participar de sus creaciones, que es mucho más que entenderlas.
Hoy, planto los pies en la tierra, levanto la mirada al cielo y doy gracias a Saramago por haber compartido, en forma de arte, en forma de literatura sublime, su aventura espiritual con la humanidad.
Autora: Itziar Azkona Coach by NLP Academy of Croydon with John Grinder
Web oficial de la fundación Jose Saramago
La memoria de Jose Saramago al cine: El País
Venta online del libro de Saramago
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