«La naturaleza es una interpretación transitoria que el hombre ha dado a lo que encuentra frente a sí en su vida. A ésta, pues, como realidad radical -que incluye y preforma todas las demás- somos referidos»
Norman Mailer
«Los ideales que iluminan mi camino y una y otra vez me han dado coraje para enfrentar la vida con alegría han sido: la amabilidad, la belleza y la verdad»
Albert Einstein
«Hay una ley de vida, cruel y exacta, que afirma que uno debe crecer o, en caso contrario, pagar más por seguir siendo el mismo»
Norman Mailer
Hay un arte superior a todos los demás. El que crea la propia naturaleza. Y aporta un gran nivel de conciencia si nos acercamos a ella con la debida actitud. El arte de la naturaleza se disfruta paseando. Y más aún si se es consciente, al pasear, de cada milagro de esa creación natural.
Hace unos días, mientras preparaba mis artículos de arte conciencia, disfrutando de los fotomontajes de Erik Johansson, leyendo el cuento de la isla desconocida de José Saramago y tomando la decisión necesaria y certera de dejar algo atrás, tras ver el video de Lazy, me fui a dar un paseo por la naturaleza.
De pronto me hallé en el camino, andando diferente. Paseaba y meditaba, es decir, reflexionaba, a cada paso que daba, sobre el paso que daba, y observaba en silencio. Y descubrí tres cosas que me dejaron perpleja por el paralelismo que me descubrieron con mi vida.
La primera fue al dar el primer traspié. Me dí cuenta que cada vez que mi mente se desviaba a mi preocupación principal de las últimas semanas pisaba mal y me torcía el tobillo o daba un traspié que me devolvía a la realidad del camino. Lógicamente, al tropezar, por miedo a caer, abandonaba inmediatamente mi pensamiento y volvía al presente, al momento. Y dije, mira tu!, cada vez que no estoy presente en el momento porque los pensamientos me secuestran tropiezo…¡como siempre en mi vida!
Este primer punto ya me mantuvo más en contacto con lo que hacía, pasear por la naturaleza, contemplar el arte que el Otoño es capaz de crear en los Picos de Europa, todo un lujo para la vista. De pronto ocurrió lo segundo.
El sendero que estaba siguiendo desapareció ante mis pies. Levanté la vista y dije: parece que para llegar a allí arriba, a lo alto de la colina tenía que subir más en línea recta. Fijé mi vista en el objetivo y me lancé en una subida aún mucho más empinada.
Al llegar arriba, la vista era tan espectacular que me cautivó y me dejó absorta. «Aquí es donde quiero estar un rato», pensé, «aquí, en este lugar donde las rocas, los colores, el cielo, al viento, el agua y toda la naturaleza me van a cargar de energía y me van a transmitir toda su sabiduría de crear y mantener».
Tras un rato de contemplación, al volver la vista sobre la ladera que subí, desde arriba, pude ver que había un sendero, claramente marcado, para subir, y que yo no había visto, justo ahí, delante de mi. Un sendero que yo no había visto por no estar presente, por no parar, por no buscar, por sólo pensar en llegar. No vi el camino que, tan fácilmente, me hubiera llevado al mismo sitio.
Tomé ese camino de vuelta. Ya bajando, y cayendo en la cuenta de todo esto, me dije, mientras me sonreía, ya disfrutando cada vez más de todo este juego, «te has salido del camino, no te has parado a reencontrarlo y has escogido la vía más difícil, ¡como tantas otras veces en tu vida!».
El paseo, la meditación que me acompañó y el arte sublime que me rodeaba me hicieron pensar en este artículo y en la importancia de ser conscientes, preguntándonos:
si estamos andando nuestro camino o el que otros nos marcan
sobre las veces que nos salimos del camino, a donde nos lleva
y si somos capaces de pararnos, tomar perspectiva y de retomarlo
porque sabemos donde vamos
si hay arte en lo que creamos por el camino
si las mochilas que llevamos para el camino son nuestras
y por la cantidad de piedras que las llenan
Ese día, y por tercera vez, me di cuenta de otro hecho, la diferencia de peso. Subía pesada, me costaba andar, dudaba de si habría otro camino más adelante, con la intención de llegar a la meta fuera como fuese. Pero sentí que bajaba liviana -«¡claro bajabas, no subías!», direis-. No tiene que ver.
Bajaba con la certeza del siguiente paso que daría en mi camino. Había tomado perspectiva y, algo más segura de mi misma, costara lo que costase, estaba convencida de que daría ese paso. Por una vez, perdiendo lo que ya no me llenaba, para ganar en la próxima partida, arriesgando, ¡como quizás no había hecho antes en mi vida!
Autora: Itziar Azkona by NLP Academy of Croydon with John Grinder
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21 septiembre 2011 12:17
Muy motivador. Linda experiencia. La naturaleza siempre ayuda a ver todo con más claridad…