«Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el
‘guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo’,
pasarse al ‘compre y tire que ya se viene el modelo nuevo’
Mi cabeza no resiste tanto…
¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente,
no se valoran y se vuelven desechables con
la misma facilidad con la que se consiguieron?»
Marciano Durán
Circula por internet y por mail una brillante reflexión sobre los productos desechables y la comparación entre el pasado y el presente respecto a este tema que se le adjudica al escritor y humanista uruguayo Eduardo Galeano, pero que él ha desmentido en su web desvinculándose del texto.
Gracias a el lector Lobito hemos descubierto que el autor verdadero es el también escritor uruguayo Marciano Durán y que de los tres títulos que se asocian al texto: «¿Por qué todavía no compré un DVD?», «Ojalá el amor no se nos vuelva desechable» y «Desechando lo desechable», sólo es correcto el último.
«Desechando lo desechable» refleja fielmente la actitud de las últimas décadas de infravaloración de las cosas y el esfuerzo en conseguirlas y explica con ironía nuestra obsesión por el último modelo de todos los gadgets tecnológicos y cómo vivimos en una cultura hiperactiva e hiper-estimulada en que todo pasa fugazmente por nuestras vidas sin permitirnos tiempo para la reflexión o el disfrute.
Antes guardaban todo, si se estropeaba lo arreglaban y siempre se reutilizaban los objetos. En las épocas de bonanza, el Sistema nos convenció del consumismo excesivo y del usar y tirar sin miramientos, pero ambos son insostenibles en un mundo finito y absolutamente injustos en la economía global como demuestra el documental «Historia de las cosas«.
La crisis está poniendo otra vez el péndulo en su lugar y el decrecimiento, consumir menos y mejor, reutilizar y apreciar lo que tenemos y el tiempo que nos cuesta conseguirlo, como explica Jim Merkel en «Simplicidad radical«, son los valores que pueden salvar al planeta.
Estas son las reflexiones de un hombre, Marciano Durán, que ha vivido gran parte del siglo XX y que le saca punta de esta forma:
Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.
No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.
¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. ¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto.
Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades. ¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos! ¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida! ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después!. La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y cambiado de heladera tres veces. ¡Nos están fastidiando! ¡Yo los descubrí! ¡Lo hacen adrede!. Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.
¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de las Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?. Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero! ¡Lo juro! ¡Y tengo menos de….. años!. Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII). No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan. Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.
De ‘por ahí’ vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el ‘guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo‘, pasarse al ‘compre y tire que ya se viene el modelo nuevo’. Mi cabeza no resiste tanto.
Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo). Me educaron para guardar todo. ¡Toooodo! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.
Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?. ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?.
En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos…. ¡Cómo guardábamos!.
¡Tooooodo lo guardaba¡ ¡Guardábamos las chapitas de los refrescos! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares… Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!
¡Las cosas que usábamos!: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor.
Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave.
¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡Los diarios! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!.
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla del Volcán desde la otra que esta prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos.
Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía ‘éste es un 4 de bastos’.
Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo. Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden ‘matarlos’ apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡ni a Walt Disney!.
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: ‘Cómase el helado y después tire la copita’, nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos.
Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella. Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer.
No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la ‘bruja’ como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la ‘bruja’ me gane de mano y sea yo el entregado.
Sitio oficial: Marciano Durán
17 mayo 2009 22:10
Hola! Me encanta el blog, me resulta muy inspirador, me da fuerza, y más de una vez he compartido en mi programa de radio algún artículo vuestro (siempre citándolos, por supuesto. Ahora quero aportar un datito: este texto no es anónimo, pertenece a un escritor uruguayo llamado Marciano Durán, que vive en el departamento de Maldonado (Ururguay) y escribe muy pero muy bien, y es autor de varios libros. El título original de este texto es «Desechando lo desechable». Esta versión tiene algunos nombres y referencias cambiadas, como para adaptarlo a España, parece. La web de Marciano Durán es http://www.marcianoduran.com.uy, ¡los animo a visitarla!
Y nuchas gracias por vuestro trabajo tan tan pero tan valioso. Abrazos, y les deseo lo mejor.
8 agosto 2015 14:12
Sumamente agradable de leer estas reflexiones…como anhelo que fuera un contagio para futuras generaciones…muchas gracias !!
17 mayo 2009 23:47
Hola Lobito
MUCHAS GRACIAS por tu aportación que ya hemos añadido al artículo.
Habíamos revisado decenas de blogs con ese texto y sólo llegamos al desmentido de Galeano, pero no a la autoría real.
Y gracias también por mencionarnos en tu programa de radio.
Saludos
19 mayo 2009 18:31
¡Este artículo es de lo mejor!!!!!
Y eso que no viví en la época de mis padres, en donde sí creo se daban todos esos ejemplos que el autor menciona. Por suerte crecí en un ambiente donde todo tiene su vida útil hasta el máximo y supe valorarlo. Es impresionante la diferencia ahora.
Lo que sucede además con toda esta cultura del «usalo y tiralo», es que ayuda a generar impaciencia… yo misma me encuentro ahora con sensación de que el tiempo me consume aunque sé que no es así realmente. Y creo que tanto acelere en todo… en las comunicaciones y demás cosas… está influyendo a que nosotros también tengamos una iniciativa brillante y la descartemos inmediatamente al ver que es muy complicado llegar a ello.
Antes parecía haber más tiempo para desarrollar esa idea brillante con lo que había a mano y así se aprovechaban muchas más cosas en vez de tirarlas. Ahora «para qué perder tiempo en eso si podemos comprar objetos nuevos»… ¿no?
19 mayo 2009 21:33
Tienes razón Laura, lo queremos todo para YA y muchas veces ni nos esforzamos en materializar e intentar ciertas cosas.
La paciencia y la perseverancia es una cualidad bien escasa…
15 enero 2010 16:35
Y lo peor es que compramos muchas cosas para tirarlas.
En una compra de 100 €, has pagado aproximadamente 10 € por los envases, envolturas, plásticos, etc., que tirarás a la basura nada más llegar a casa.